El pasado
viernes 7 al circular sobre la avenida de los Insurgentes pude ver y entender algunas
cosas; poco antes, nos habían desalojado por tercera ocasión de las
instalaciones del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM por
cuestiones de seguridad ante los hechos de violencia.
El miércoles
5, porque encapuchados prendieron fuego a un camión y a la estación del
metrobus C.U.; nos pidieron evitar transitar sobre Insurgentes, pero ese era mi
paso obligado, así que rodeé por el
circuito Mario de la Cueva para salir a la altura de Rectoría. Al pasar por
ahí, vi a personas corriendo con antorchas en mano y gritando consignas,
parecía que iban a la caza de algo o alguien.
El jueves
6, porque otra vez estaba cerrado Insurgentes y se temían nuevamente actos vandálicos.
El viernes, por el temor a las acciones que podrían darse debido a que más
temprano, el Procurador General de la República, anunciaba que los alumnos
normalistas de Ayotzinapa podían haber sido encontrados, quemados hasta las
cenizas haciendo casi imposible su identificación.
En la
radio, escuchaba la invitación de los locutores a manifestarse con veladoras en
el Ángel de la Independencia así como los reportes de que en Avenida Central en
el Estado de México, un grupo de personas cerraban el tránsito mientras otros aprovechaban
para romper cristales y asaltar tanto a conductores como a transeúntes; se
profetizaba una hecatombe.
Sin
embargo, y vuelvo a mi tránsito por Insurgentes, algo llamó poderosamente mi
atención; volteé a ver los establecimientos comerciales a ambos lados de la
avenida, y todos estaban llenos; bares con gente tomando y bailando, restaurantes
de mediano y alto presupuesto lleno de personas comiendo, tomando y charlando
en la sobremesa muy felizmente; gimnasios con personas ya sobre la bicicleta
fija, ya en la corredora, todos ellos desde luego con audífonos en los oídos;
cientos de conductores en sus autos, hombres y mujeres absortos en sus smartphones,
a pesar de ir acompañados, levantando solamente la mirada para avanzar, el
conductor, o para emitir un monosílabo, acompañante.
Y mientras
esto sucedía, otros manifestaban la indignación ante la posibilidad de no
encontrar con vida a los 43 normalistas. Dos mundos paralelos, en un mismo
plano. Dos percepciones de la realidad. Un, me importa; un, no me importa
Pero
¿de verdad a los que se manifiestan les importan las vidas de los 43 alumnos
desaparecidos? ¿y qué pasa con los que llevan su vida normal ante tales
sucesos? Creo que no es ni una ni la otra cosa, más bien nos encontramos ante
la pérdida de la identidad humana, la pérdida del sentimiento de importancia y
valor del otro; porque, no solo son los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, ¿qué pasa
con los demás cuerpos encontrados de las fosas descubiertas? ¿de quién son? ¿y
las fosas de Tamaulipas? ¿y las de Michoacán? Ya nadie pregunta por ellas. Olvidamos
pronto a nuestros muertos.
¿de
verdad el expresidente Calderón tiene la culpa por combatir de frente al narco?
¿y ahora, quien tiene la culpa? Se equivocan, quienes creen que el Procurador es
el culpable, si lo analizan un poco más, verán que ni la Procuraduría ni el
Gobierno Federal cometieron ni homicidio en contra de los normalistas, ni algún
otro delito hasta ahora; creo, temen aceptar que quienes los mataron, no son
otros que seres humanos de su misma calidad y especie, vecinos propios de sus
localidades.
Más bien,
hasta ahora, la Procuraduría ha cumplido cabalmente con sus obligaciones,
investigar los hechos y presentar a los responsables de tan grotescos actos ¿acaso
no es ese su objeto de existencia? seamos honestos, ni la Procuraduría, ni el
Estado, son culpables de esos crímenes. Los culpables somos nosotros mismos,
por un lado, al permitir transformarnos en ésta sociedad cada vez más violenta
y cada vez más sangrienta, al volvernos permisibles de que el vecino mate
sangrientamente; y, por otro lado, al manifestarnos de una manera equivocada,
las cosas no se solucionan quemando nada, ni rompiendo nada, ni cerrando calles,
ni afectando derechos de terceros; si, hay que manifestarse, pero con orden y
respeto; si, hay que exigir, pero con argumentos e ideas que solucionen no que
empeoren la situación.
Que no
sirve de nada, que el gobierno no escucha, no cambia y no da soluciones, pues
entonces hagamos una revolución; ah, pero nos da miedo, si no participamos políticamente,
si nuestra participación política es casi nula, si no nos interesa el cambio,
si creemos que nada va a cambiar, pero seguimos criticando sin hacer nada,
valiente acción; somos cobardes y nos escudamos ante el dolor ajeno.
Hipocresía
hipócrita, así nada va a cambiar¡¡¡